domingo, 25 de octubre de 2009

el sueño del rey

El sueño del Rey

Lewis Carroll
-Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?
-Nadie lo sabe.
-Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti?
-No lo sé.
-Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si se despertara ese Rey te apagarías como una vela.

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viernes, 23 de octubre de 2009

Tu sabor

Tu sabor

Abrí la llave. El líquido salió aún caliente y enredé mis manos en él para limpiarme. Luego las lamí. Aún sabe a ti. Me gusta tu sabor. Creo que todavía no lavaré el tinaco. Me esperaré hasta terminarte de exprimir todo. Ojalá dures unas semanas más... me deleita el calor de tus venas exprimiéndose...

Sandra Becerril Robledo

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martes, 20 de octubre de 2009

Las gafas

Las gafas

Matías García Megías

Tengo gafas para ver verdades. Como no tengo costumbre no las uso nunca.
Sólo una vez...
Mi mujer dormía a mi lado.
Puestas las gafas, la miré.
La calavera del esqueleto que yacía debajo de las sabanas roncaba a mi lado, junto a mí.
El hueso redondo sobre la almohada tenía los cabellos de mi mujer, con los rulos de mi mujer.
Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido, tenían la prótesis de platino de mi mujer.
Acaricié los cabellos y palpé el hueso procurando no entrar en las cuencas de los ojos: no cabía duda, aquello era mi mujer.
Dejé las gafas, me levanté, y estuve paseando hasta que el sueño me rindió y me volvió a la cama.
Desde entonces, pienso mucho en las cosas de la vida y de la muerte.
Amo a mi mujer, pero si fuera más joven me metería a monje.

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viernes, 16 de octubre de 2009

El dedo

El dedo
Feng Meng-lung

Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.

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